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SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | Reconocer al Señor resucitado entre nosotros

Compartir nuestras propias experiencias con Jesús ayuda a abrir los ojos de los demás a Su presencia

Queridos hermanos en Cristo:

Felices Pascuas — ¡Cristo ha resucitado!

Hay un sentido diferente del tiempo que llena esta semana, al menos en la mente de la Iglesia. Cada día de la semana se trata como Domingo de Pascua. Cada lectura del Evangelio nos cuenta una aparición del Señor en el Domingo de Pascua. El Aleluya de cada día es el mismo: “Este es el día en que ha hecho el Señor” (Salmo 118;24)

Todos hemos experimentado un sentido inusual del tiempo — cuando el tiempo se detiene. Probamos eso en cada Misa: Los límites normales del tiempo desvanecen, y el sacrificio único de la Cruz se hace presente entre nosotros nuevamente. La semana santa está concebida para dirigirnos a un sentido diferente del tiempo, que anticipa como puede ser el Cielo. Como dijo el papa Benedicto XVI: “La fe atrae el futuro hacia el presente…las cosas del futuro se derraman sobre las del presente y las del presente sobre las del futuro”.

¿Qué vamos a hacer con este nuevo sentido del tiempo, cómo se supone que lo pasaremos?

Las lecturas de la semana nos dan alguna orientación. El lunes, Pedro dice: “Dios resucitó a Jesús: de eso todo somos testigos”. El Sábado, él dijo: “Es imposible para nosotros no hablar acerca de lo que hemos visto y oído”. Siete veces durante la semana, escucharemos alguna versión de esa afirmación: como alguien dice lo que ha visto.

Lo hacemos espontáneamente con otras buenas cosas que experimentamos. Todos hemos sido “evangelistas, en uno u otro momento, de; los restaurantes” (¡debes visitar este restaurante!), o “evangelistas de la tecnología” (¡debes tener uno de estos aparatos!), o “evangelistas de los programas” (¡tienes que ver ese nuevo programa de televisión!). ¿Podemos compartir nuestra experiencia del Señor con la misma espontaneidad y alegría? Fundamentalmente, de eso se trata la evangelización: de decir lo que hemos visto.

Existe un patrón interesante en dos de las lecturas del Evangelio de esta semana que pueden ayudarnos a comprender por qué eso es importante. En el episodio con los discípulos en el camino a Emaús (Lucas, 24), escuchamos lo siguiente: “Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos. Pero, aunque lo veían, algo les impedía darse cuenta de quién era.” En el episodio en el que los apóstoles salieron a pescar (Juan, 21), escuchamos: “Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él.”

En ambos casos, cuando la venda cae de sus ojos, el objetivo realmente no cambia: Jesús estaba allí antes, y es el mismo Jesús que está todavía ahí. Lo que cambia es algo interior: Sus ojos se abrieron para reconocer la realidad de la presencia de Jesús junto a ellos.

El mismo patrón se repite en muchas de las vidas de la gente en estos días. Jesús ya está presente en sus vidas, pero por alguna razón, sus ojos están cerrados para reconocerlo. Cuando compartimos nuestras propias experiencias — acerca de cómo hemos visto al Señor — a menudo abrimos los ojos de los demás para que se den cuenta que ellos también lo han visto. Nuestro testimonio les da la libertad y el conocimiento de que también han tenido esa experiencia.

El Evangelio que cierra la semana nos provee de un resumen y de una misión. Jesús se apareció a María Magdalena, y ella fue y se lo dijo a los demás. Jesús se apareció a los discípulos en el camino a Emaús, y ellos fueron y se lo dijeron a otros. Finalmente, Jesús se apareció a los apóstoles, y les dio una misión: “Vayan y díganselo a otros”

Entonces, ¿cómo has visto tú al Señor?

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