SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | El camino a la santidad comienza en todo tiempo y lugar
No debemos tener miedo de escuchar a las personas y proponerles la grandeza de la vida en Cristo

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
¡Qué extraordinario grupo de santos celebramos esta semana!
Tenemos a san León Magno — un romano del siglo V. A san Martín de Tours — un pagano convertido a la fe en el siglo IV que se estableció en Francia. A san Josafat — un católico ucraniano martirizado a comienzos del siglo XVII. A santa Francisca Cabrini — una inmigrante italiana en Estados Unidos en el siglo XIX. Y a san Alberto Magno — un dominico científico y maestro que estudió y enseñó en Italia, Francia y Alemania en el siglo XIII.
Esa variedad de santos nos ayuda a entender que el camino a la santidad comienza en todo tiempo y lugar, ¡y que los santos no se parecen todos entre sí!
Por cierto, hay un detalle que no debemos pasar por alto: santa Francisca Cabrini fue la primera ciudadana estadounidense en ser canonizada. Así es — nuestra primera santa americana fue una inmigrante. Desde nuestros orígenes hemos sido una nación de inmigrantes, y la historia de la Iglesia católica en Estados Unidos es, en gran medida, la historia de una Iglesia inmigrante. Esos hechos no resuelven las cuestiones de política —que son complejas—, pero sí deberían moldear el tono de nuestra conversación sobre esas complejidades.
Un hilo común entre los santos de esta semana es que todos fueron evangelizadores, cada uno a su manera. Las lecturas del Libro de la Sabiduría esta semana nos invitan a reflexionar sobre una dimensión importante de la evangelización que quisiera destacar.
El Libro de la Sabiduría describe así a la Sabiduría: inteligente, santa, única, múltiple, sutil, clara, sin mancha, firme, segura, serena, todopoderosa, penetrante y que todo lo impregna, pasando a las almas santas de generación en generación.
Ahora bien, hagámonos una pregunta: ¿esas características describen mejor al Hijo o al Espíritu Santo?
La verdad es que no está del todo claro, al menos no desde la perspectiva de cien años antes de Cristo, cuando se escribió el Libro de la Sabiduría. Pero, mirando desde la perspectiva de la Iglesia después de Pentecostés, es muy evidente cómo esa descripción de la Sabiduría apunta hacia algo que solo se revelará plenamente en la vida de Cristo y en el don del Espíritu Santo.
Y ahí encontramos una dimensión de la evangelización —solo una, pero muy importante—: mostrar cómo las aspiraciones religiosas más profundas de la humanidad pueden ser al mismo tiempo parcialmente verdaderas y parcialmente confusas, y cómo tanto la verdad como la confusión encuentran su claridad y plenitud en Cristo.
Es importante que sepamos acoger las aspiraciones religiosas de las personas —incluso cuando no sean del todo claras— con una respuesta doble. Primero, debemos ser capaces de percibir y apreciar el impulso que Cristo ya está suscitando en alguien, y decir: “Sí, ahí hay algo que va en la dirección correcta.” Segundo, debemos saber reconocer dónde ese impulso se detiene o se queda corto, y plantear una pregunta (como hacía san Felipe Neri: “¿Y después qué?”). En ese punto, cuando la persona comparte la incertidumbre de la pregunta, podemos proponer a Jesucristo como el cumplimiento de sus aspiraciones.
No tengamos miedo de escuchar los sueños y esperanzas de las personas, aunque no estén completamente definidos. Y no tengamos miedo de proponer la grandeza de la vida en Cristo —¡con todas sus exigencias!
Los santos de esta semana nos muestran que el camino a la santidad comienza en todo tiempo y lugar, y que todos los santos son diferentes. Pero ese camino también exige algo de cada uno de nosotros, y las personas desean ser invitadas a aceptar ese desafío.