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FRENTE A LA CRUZ | La verdad de Dios se nos ha dado como una semilla que debemos cuidar

El Adviento es también la temporada de crecimiento a nuestra plena estatura en Cristo

El Adviento es temporada de esperanza. Esto funciona con mucha naturalidad en cierto nivel. La mayoría de nosotros, desde la niñez, esperamos ansiosamente la Navidad cada año.

Sin embargo, las raíces del Adviento son más profundas. Todo el Antiguo Testamento es una clase de Adviento — una espera y un anhelo por la venida de Cristo.

La mayoría de nosotros experimenta un sentimiento similar de anhelo cuando miramos el mundo en la actualidad. Nos gustaría que Cristo viniese, a traer su paz y a arreglar todas las cosas.

Anhelamos que Dios tenga la palabra final en la historia. Y hay un elemento crucial en nuestra fe, aunque no siempre bien comprendido, que nos asegura que Él lo hará: la doctrina por la cual, con la muerte del último apóstol, la revelación publica terminó. Dios nos ha dicho todo lo que necesitaba ser dicho — y en algunos aspectos, todo lo que puede ser dicho — para la salvación del mundo.

Tenemos confianza en mantener esto simplemente porque, en Jesús, Dios se hizo hombre y, a través del Espíritu Santo, se nos otorgó la vida divina. El catecismo (CIC460) cita a san Irineo, san Atanasio y santo Tomas de Aquino para apoyar este punto: Al Dios asumir la naturaleza humana, los humanos podemos compartir la naturaleza divina. Esta realidad se refleja en las palabras de la Misa: “Al mezclar esta agua y este vino podemos compartir la divinidad de Cristo, quien se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad”. En un sentido cualitativo, no hay nada más que necesite ser dicho o hecho.

Pero la verdad se nos ha dado como una semilla. Queda de nuestra parte cultivarla — el permitirle a Cristo crecer en nosotros, y para nosotros el crecer a la plena estatura en Cristo. Todavía somo niños en ese sentido: tenemos mucho por crecer. El Adviento nos trae de vuelta a nuestra infancia, no importa la edad que tengamos.

Quizás, deberíamos tomar esta semana, una lección clave de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (el 12 de diciembre). En sus apariciones a san Juan Diego, María trajo a Cristo a México, y llevó a México a Cristo. Nuestro mundo todavía gime — física, política y espiritualmente — a la espera de que imitemos a María.

El salmo para este día de fiesta dice: “Su acción de esperanza no será olvidada nunca”. En su contexto histórico esto fue dicho de Judith, quien salvó a Israel de la invasión del ejército asirio. En el contexto de esta festividad, esto fue dicho de María, quien llevó al salvador a Israel y a México.

Esto también es una exhortación para nosotros. La acción de esperanza de María fue decirle “Sí” a Dios y concebir a Cristo. Ella lo trajo al mundo en su nacimiento físico en el antiguo Israel, y a su nacimiento místico en México en los años 1500. La profunda esperanza que el mundo necesita actualmente es que nosotros digamos “Sí” al Espíritu Santo, para concebir a Cristo en nuestras vidas, y para llevarlo espiritualmente a nuestro país, nuestra ciudad y nuestro vecindario.

Por la Gracia de Dios, se nos ha dado la vida en Cristo. Nuestra esperanza para el Adviento — y para el mundo — es que creceremos a nuestra plena estatura en Él.