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FRENTE A LA CRUZ | En esta temporada de Cuaresma, profundice en las áreas donde Jesús le presenta un reto

Estos retos nos permitirán ayudar a sanar nuestra tierra de nuestros pecados

“Hoy he puesto ante ti vida y prosperidad, muerte y la fatalidad”. Así le dijo Moisés a los israelitas hace 3.000 años, urgiéndolos a escoger el camino de la vida. Así le dijo Dios a la gente del estado de Nueva York el día de hoy (cuando la legislatura eliminó las restricciones sobre el aborto). Ellos escogieron el camino de la muerte, y tenemos que decir las cosas como son. El gobernador de Nueva York ha dicho lo siguiente — y no es el único en decirlo — “Vamos a permitir que nuestros niños paguen con sus vidas, por nuestras elecciones”.

Esta realidad enmarca el comienzo de nuestra temporada de Cuaresma, incluso en la Arquidiócesis de Saint Louis. Nos identificamos con los profetas del Antiguo Testamento que se lamentaban: “Esta no es mi elección, pero este es mi pueblo, y esta es nuestra tierra, y todos llevamos el peso de estos pecados. ¡Sálvanos, Oh Señor!”

Como Jesús amó a los pecadores, fue acusado de amar el pecado. Sin embargo, esto no era así, y Él no permitió que una falsa acusación lo disuadiera. En nuestro tiempo, como la Iglesia odia el pecado, somos acusados de odiar a los pecadores. Esto no es cierto, y no podemos permitir que una falsa acusación nos desvíe de nuestro camino.

Ame al pecador, odie el pecado. Esto no es fácil, en nuestra condición humana la diferencia tiende a esfumarse: pensamos que tenemos que aprobar el pecado para amar al pecador; nos deslizamos muchas veces del odio al pecado hacia despreciar al pecador. En lugar de abandonar el proyecto porque es difícil, quizás necesitamos practicar hasta hacerlo cada vez mejor.

Afortunadamente, un campo de práctica está a la mano. C.S. Lewis indicó que siempre nos aplicamos esta distinción a nosotros mismos. Consideramos básicamente que somos buenas personas, aunque tenemos defectos que detestamos. Podemos practicar colocar la luz en nuestro interior, enfocándonos primero en nosotros mismos. La Cuaresma provee la ocasión para esta práctica.

Para profundizar nuestra práctica podemos prestar atención a dos consejos de las lecturas de esta semana. 1) “Odia intensamente lo que Él detesta” (Eclesiástico 17:26) Debemos examinar nuestros pecados de la misma forma en la que un médico mira al cáncer: el médico ama el paciente y odia la enfermedad, y hace lo que puede para destruirla. 2) “No ofrecer sobornos, que Él no acepta”, (Eclesiástico 35:14). Para un hombre que es usuario habitual de la pornografía, o una mujer que habitualmente es chismosa, renunciar al chocolate durante la Cuaresma no tiene sentido. Los profetas del Antiguo Testamento tratan este sacrificio como un engaño, de la misma manera Jesús llamó hipócritas a los fariseos por hacer un espectáculo y evitar el arrepentimiento verdadero. Un niño renuncia al chocolate como un entrenamiento para un sacrificio más grande. Como adultos somos llamados directamente a hacer sacrificios más grandes.

Considere el episodio de Jesús y el joven rico (Marcos, 10:17) Jesús lo amaba, y ese amor tenía dos dimensiones: 1) Jesús reafirmó lo bueno en él. 2) Jesús también lo reto en un lugar donde le dolía crecer.

Jesús nos ama con el mismo amor a cada uno de nosotros, y la Cuaresma es el momento de crecer y recibir ese amor. Así, cuando Jesús nos ama, ¿qué cosas buenas reafirma en nosotros? Necesitamos ser capaces de recibir ese amor. Eso nos fortalece para lo que sigue después: Cuando Jesús nos ama, ¿dónde pregunta, invita y nos reta a profundizar, aunque eso nos duela? Como el joven rico, podemos tomar el reto o alejarnos de Él.

Esta es la tarea más profunda que enfrentamos esta Cuaresma: no solo lo que está sucediendo en Nueva York o en cualquier otro sitio, sino lo que sucede en el campo de batalla de nuestros propios corazones. Si utilizamos la Cuaresma para caminar por el sitio en el que Jesús nos desafía a profundizar, haremos nuestra contribución para sanar nuestra tierra de sus pecados. Si nos alejamos, o nos quedamos en la superficie del arrepentimiento, contribuiremos en muy poco o en nada, y abandonaremos nuestra tierra a las consecuencias de sus pecados.