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FRENTE A LA CRUZ | Cooperar con la poda de Dios permite obtener mejores frutos

Nuestros sufrimientos pueden unirse con los sufrimientos de Cristo en la cruz para ayudar a redimir al mundo

Quiero mencionar dos cosas esta semana.

Primero: Jesús nos dice que el Padre “poda cualquier rama en mí que no produce frutos, y cualquiera que Él poda lo hace para que produzca más frutos.”

Nota: No son las ramas muertas las que se podan. Las ramas muertas simplemente se desechan. Son las ramas vivas y fructíferas las que se podan. Esto significa que las cosas que no son esenciales se cortan para concentrarse en el crecimiento en los lugares más importantes. El podar las ramas las hace más fructíferas.

Pues bien, ¿qué hemos aprendido en estos dos últimos meses? Algunas cosas han sido podadas de nuestras vidas por necesidades externas, pero una vez que se levanten esas restricciones externas, ¿habrá cosas que no queremos que vuelvan a ser las mismas — cosas que pueden ser buenas, pero no esenciales?

Dios ha permitido que nuestras vidas sean podadas. Cuando el mundo exterior regrese a alguna sensación de normalidad, mantenernos podados requerirá nuestra cooperación deliberada e intencional. ¿Estaremos a la altura de ese reto, haremos nuestra la disciplina de podar nuestras ramas?

Jesús dice que Él nos eligió y nos designó para cultivar los frutos que permanecerán. Necesitamos cooperar con la poda del Padre para poder dar los frutos que Jesús quiere.

Segundo: La Iglesia observa esta semana (12 de mayo) la fiesta de los santos mártires Nereo y Aquiles. En ese día san Agustín nos ofrece reflexiones importantes acerca del sufrimiento. Él dice: “Los sufrimientos de Cristo no son solo de Cristo; sí, pero los sufrimientos de Cristo están únicamente en Cristo”.

Este razonamiento, aunque poético, suena raro al principio. ¿Cómo pueden los sufrimientos de Cristo estar solamente en Él, y al mismo tiempo no ser solo de Él?

El razonamiento de san Agustín tiene sus raíces en la convicción de las Sagradas Escrituras de que, por el bautismo, nos transformamos en miembros del cuerpo de Cristo. Basándose en esa creencia, la tradición de la Iglesia antigua distinguió entre “Cristo único” — queriendo decir Jesús solamente, como cabeza del cuerpo — y “Cristo total” — que implica Jesús, como cabeza, unido con los miembros de su cuerpo.

A la luz de ese entendimiento antiguo, san Agustín nos dice que los sufrimientos del Cristo único en el Calvario no son toda la historia. Más aún, la cruz permanece como el punto central de los sufrimientos del Cristo total — todo su cuerpo — a través de toda la historia.

Esto significa que nosotros no tenemos que hacerlo solos. Cada uno de nuestros sufrimientos, sean grandes o pequeños, puede unirse al sufrimiento de Cristo en la cruz y ponerlos a trabajar por la redención del mundo. De tal manera, san Agustín dice: “Cada uno de nosotros en su propia medida paga su deuda a lo que puede llamarse nuestra comunidad. En proporción a nuestra fortaleza contribuimos con un impuesto al sufrimiento.”

Esa idea es muy importante para mí. Es parte de lo que significa mi lema episcopal: “Ante la cruz no hay defensa.” La cruz es el último recurso de poder en el mundo, pero su poder es paradójico, ¿no es así? No es el poder que el mundo espera.

Jesús nos ofrece — como miembros del “Cristo total” — la oportunidad de unirnos a Él en el ejercicio del poder redentor del sufrimiento. Sin embargo, así como lo mencionamos para la poda anteriormente, se requiere de nuestra cooperación. Al mirar hacia atrás estos dos meses, ¿nos damos cuenta de que es posible que hayamos faltado a alguna invitación? Si es así, miremos hacia el futuro y tratemos de aceptar la invitación más rápida y completamente la próxima vez que la recibamos.