SIRVAN AL SEÑOR CON ALEGRÍA | ¿En qué consiste la batalla espiritual?
La respuesta se encuentra en la oración y en cultivar las realidades espirituales.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
¿Cómo luchan los ángeles?
Esta semana celebramos la fiesta de los Arcángeles el 29 de septiembre y la fiesta de los Ángeles Custodios el 2 de octubre. Sabemos que los ángeles nos protegen. Y la Escritura nos dice: «Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón. El dragón y sus ángeles lucharon, pero no prevalecieron» (Apocalipsis 12).
También sabemos que los ángeles son criaturas puramente espirituales (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 330). Entonces surge la pregunta: ¿en qué consiste una batalla puramente espiritual?
No me interesa aquí especular en el plano metafísico —como si discutiéramos cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler—, sino hacerme una pregunta muy práctica: ¿En qué consiste la batalla espiritual para nosotros y cómo podemos afrontarla con mayor conciencia?
Parte de esa batalla espiritual, sin duda, tiene que ver con la oración. El Padre Pío, de hecho, llamaba a veces a su rosario un “arma”.
Pero creo que también nuestras actitudes son un campo de batalla espiritual que merece nuestra atención.
Al inicio del Evangelio de Lucas, el ángel Gabriel se aparece tanto a María como a Zacarías para anunciar un nacimiento. Ambos preguntan lo mismo: «¿Cómo será esto?» Pero el “cómo” de Zacarías nace de la incredulidad, mientras que el de María nace de la humildad. El ángel Gabriel, como espíritu puro, “ve” de inmediato esa actitud invisible y responde a cada uno en consecuencia: a María con una palabra de consuelo y a Zacarías con una corrección.
A veces pensamos que podemos adoptar cualquier actitud hacia el mundo, la política o hacia los demás. Pero creo que eso es un error: la actitud misma es un campo de batalla espiritual y tiene un efecto real en el mundo. Los ángeles ven lo que hay en nosotros, igual que lo vieron en María y en Zacarías.
Aquí es donde las bienaventuranzas del Evangelio de Mateo pueden ayudarnos mucho: «Bienaventurados los pobres de espíritu», «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia», «Bienaventurados los limpios de corazón». Todas se refieren a realidades interiores y espirituales. Cultivar esas realidades espirituales forma parte de nuestro campo de batalla.
Esta semana escuchamos al profeta Baruc despertar la vergüenza en los israelitas. Pero conviene distinguir: la vergüenza sana es reconocer «he hecho algo mal»; la vergüenza tóxica es creer «yo soy algo mal». Como la vergüenza tóxica es dañina, muchos terminan pensando que toda vergüenza lo es. Y ese es un campo de batalla espiritual, porque la vergüenza sana ayuda en el camino de la vida espiritual.
También escuchamos cómo Jesús «se dirigió con decisión hacia Jerusalén.» Jesús no aceptó pasivamente que su destino estuviera allí, sino que unió su voluntad a la del Padre con firmeza. Ese fue su campo de batalla espiritual; también lo es para nosotros.
Los científicos nos dicen que el mundo visible está hecho de realidades invisibles —partículas y fuerzas— que no vemos. Lo mismo ocurre en el mundo espiritual.
Para ser saludables en lo físico necesitamos vivir con intención y sabiduría en el mundo material: comer bien, hacer ejercicio, usar el cinturón de seguridad, por ejemplo.
Pero también somos criaturas espirituales. Al celebrar a los Arcángeles y a los Ángeles Custodios, sería bueno preguntarnos cómo podemos vivir de manera más consciente y más hábil en las realidades del mundo espiritual.