FRENTE A LA CRUZ | El río creciente de la gracia de Dios nos ofrece alegría
Es primavera, lo que significa que los ríos en Missouri están creciendo. El aumento físico de las aguas de los ríos en primavera nos trae un peligro potencial; el aumento de los ríos espirituales en la Cuaresma nos ofrece una vida nueva y más profunda.
Esta semana escucharemos sobre la visión del cielo del profeta Ezequiel, en la cual un río surge de uno de los lados del templo. Es un anuncio de Jesús: el agua sanadora que brota del lado del templo es como el flujo salvador de la sangre y el agua que fluyeron del costado de Jesús en la cruz.
A medida que progresivamente el río se hace más profundo, un ángel ayuda a Ezequiel a vadear las aguas. Sin embargo, lo que hace al río extraordinario es la calidad de sus aguas — trae vida y sanación dondequiera que pasa. Los árboles sembrados en las riberas del río dan frutos cada mes, y sus hojas se usan como medicina para la curación. El río es claramente un símbolo de la gracia de Dios.
La visión profética de Ezequiel se cumple en Jesús, especialmente en las lecturas del evangelio según San Juan en las semanas finales de la Cuaresma. Jesús termina diciéndole a la samaritana que Él será el “agua viva” para cualquiera que crea en Él. Entonces Él fluye a través de los capítulos siguientes, como el río en la visión de Ezequiel, llevando sanación adonde quiera que va. Jesús le dice a la gente que su relación con el Padre es la fuente de ese río sanador, e invita a todos a entrar en esa relación.
Durante la semana escucharemos dos clases de reacciones a la oferta de Jesús. Hubo personas que aceptaron su gracia y fueron sanadas; otras personas rechazaron su gracia y permanecieron en sus pecados. Sus ejemplos se transforman en una pregunta para nosotros: ¿cuál de estas reacciones escogeremos nosotros?
Hay partes de nuestras vidas — actitudes que tenemos, palabras que decimos, cosas que hacemos — en las que el amor de Dios, la alegría, la paz y la paciencia se reflejan en nosotros. Es allí donde Dios nos ofrece el agua fresca de su gracia. Estas partes de nuestras vidas nos dan vida; dan buenos frutos en nuestras relaciones con los demás.
También hay otros momentos de nuestras vidas en los cuales nos sentimos inquietos y avergonzados, agitados y aislados. Es allí cuando nos salimos del agua fresca de la gracia y experimentamos el agua salada del pecado. Cuando nuestras actitudes, palabras y obras están dominadas por estos momentos, succionan la vida de nuestras relaciones, y dejan un rastro de enojo, amargura y resentimiento en nosotros mismos y en los demás.
¿Cuál de las dos opciones escogemos para sumergirnos — el agua de la gracia o el agua del pecado?
El lunes, a medida que nos damos la vuelta hacia la parte más profunda de la Cuaresma, la Iglesia nos hace leer del profeta Isaías. Dios le dice a su gente: “Estoy cerca de crear nuevos cielos y una nueva tierra”. En el mundo físico a nuestro alrededor, la lluvia, la luz del sol y la tibieza de la primavera preparan la tierra, y la nueva vida comienza a brotar. En el mundo espiritual, pasa lo mismo, Dios nos envía su gracia para preparar el terreno de nuestros corazones. ¿Recibiremos su amor, y resplandeceremos en una nueva vida?
El río de la gracia de Dios nos ofrece vida y alegría, mientras el pecado nos ofrece amargura y muerte. En estas últimas semanas de la Cuaresma, ¿cuál de los dos escogeremos?
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