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FRENTE A LA CRUZ | Con la ayuda de Dios, nos esculpiremos nosotros mismos

El gran artista Miguel Ángel hizo una serie de estatuas llamadas “las inconclusas”. El empezó a esculpirlas, pero nunca las terminó. No está claro si él estaba haciendo con ellas deliberadamente una declaración artística, o si simplemente no tuvo tiempo de terminarlas. Sin embargo, está claro, que las estatuas inconclusas son una gran metáfora para las tareas de la vida humana.

Como las estatuas, nuestra identidad ha comenzado a emerger. Como las estatuas, nuestra identidad está incompleta. Finalizar el trabajo de esculpir nuestra identidad es la tarea en la que trabajamos cada día de nuestras vidas.

Ahora, cada artista trabaja con un modelo a seguir — bien sea un modelo físico o una idea. ¿Cuál es nuestro modelo para tallar nuestra identidad? Las lecturas de esta semana nos dan una guía.

La primera línea de la primera lectura y la última línea de la última lectura articulan el mismo tema. Comenzamos con esta línea del Levítico: “Tú debes ser santo, porque Yo, El Señor, tu Dios, soy santo”. Terminamos con esta línea del Evangelio según San Mateo: “Sé perfecto, justamente como tu Padre Celestial es perfecto”.

El mensaje es claro, aunque de alguna manera abrumador: La santidad y la perfección de Dios son el estándar por el cual debemos medirnos nosotros mismos. Si somos esculturas inconclusas, entonces el patrón por el cual nos estamos tallando es Dios mismo.

El resto de las lecturas de esta semana nos da instrucciones aún más detalladas. Una y otra vez nos exhortan a moldear nuestros corazones; una y otra vez nos dan un retrato de Dios. Así el Espíritu Santo nos está diciendo: “Déjenme dales una imagen de Dios. Luego, moldeen sus corazones de acuerdo a este modelo”.

Así, el Levítico nos da una serie de instrucciones: No robarás. No levantarás falsos testimonios. No debes defraudar o robar a tus vecinos. Cada instrucción finaliza con la frase “Yo soy el Señor”. En cierta forma, esto es una simple repetición en los 10 mandamientos. Pero se agregó como un recordatorio. El Señor nos está diciendo: “Yo soy el Señor. Yo te hice a mi imagen y semejanza. Te estoy llamando para que seas como yo — para que seas santo como yo soy santo, y perfecto como yo soy perfecto. No puedes hacer esas cosas porque yo no las hago.”

Dios comenzó el proyecto de tallarnos de piedra y volvernos carne, y Él quiere ayudarnos a terminarlo. ¿Cómo esculpimos nuestras vidas? Cada palabra que hablamos y cada obra que hacemos es un golpe de martillo en el cincel. Cada pensamiento y cada sentimiento que cultivamos es un pequeño golpe. Hacer todo de acuerdo con la ley de Dios es un golpe hábil; nos hace más como Él. Todo lo que contradice las leyes de Dios nos hace menos parecidos a Él.

¿Realmente importa como nos tallamos? La parábola de la oveja y las cabras nos da respuestas, (Mateo 25,31-46). Las ovejas, a través de sus acciones, se han vuelto como Dios, así que son admitidas en el cielo. Las cabras, a través de sus acciones, se han vuelto contrarias a Dios, así que son enviadas al infierno.

La relación entre nuestras acciones y la identidad de Dios es tan cercana que cuando Jesús nos da el Padre Nuestro, Él dice que Dios hará a sus acciones seguir nuestro modelo. “Si perdonas a los hombres sus ofensas, tu Padre Celestial te perdonará a ti. Pero si no los perdonas, tampoco tu Padre perdonará tus ofensas”. Cuando rezamos el Padre Nuestro, le pedimos a Dios esculpir sus acciones de acuerdo a nuestra imagen.

Las esculturas incompletas de Miguel Ángel son una poderosa metáfora de las tareas de la vida. Las lecturas de la semana nos exhortan a tallar nuestra identidad a semejanza de Dios. ¿En nuestros pensamientos, palabras y obras, que imagen estamos tallando? Sea lo que sea, estamos esculpiéndonos para un destino eterno. 

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