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FRENTE A LA CRUZ | Aceptar la misericordia de Dios requiere que reconozcamos nuestra necesidad de perdón

‘La blasfemia contra el Espíritu Santo’ mencionada por Cristo, es negar que nuestras acciones son pecaminosas

Hablemos acerca del pecado que puede perdonarse y del pecado que no tiene perdón.

Esta semana nuestras lecturas se centran en David. Él fue hecho rey de Israel. Hizo a Jerusalén su ciudad capital. Trajo el arca a Jerusalén. Dios hizo con él una alianza eterna. Como respuesta, David cometió adulterio y asesinato. Luego el profeta Natán pronuncia el juicio de Dios sobre los pecados de David.

La historia de David es aleccionadora. Es explorar la profundidad de los pecados humanos, incluso después de que Dios nos favorece con todos los regalos posibles. De muchas maneras, esta es la historia de Israel a través de todo el Antiguo Testamento, y la historia de cada uno de nosotros.

La historia de David es también profundamente consoladora, porque Dios lo perdonó. Si esos grandes pecados pueden ser perdonados, ¡hay esperanza para todos nosotros! Aunque el pecado tiene consecuencias, no le cierra las puertas a la relación de Dios con David, o con nosotros.

Jesús, sin embargo, nos hace una advertencia. Nos dice que hay un pecado que no puede ser perdonado: el pecado contra el Espíritu Santo. ¿Qué es exactamente ese pecado, y por qué es mucho peor que el asesinato y el adulterio de David?

San Juan Pablo II lo explicó de la siguiente manera: “En Jesucristo, Dios se volvió hacia el hombre para tenderle una mano, para levantarlo…El hombre no puede volver a ponerse de pie sin su ayuda: Necesita la ayuda del Espíritu Santo. Si no acepta esta ayuda, comete lo que Cristo llamó “la blasfemia contra el Espíritu Santo’, el pecado que ‘no será perdonado’. ¿Por qué no puede ser perdonado? Porque significa que no hay un deseo de perdón. El hombre se rehúsa a aceptar el amor y la misericordia de Dios”.

En otras palabras, el problema no está del lado de Dios en esta relación. Del lado de Dios, todos los pecados pueden ser perdonados. El problema, más bien, está en nuestra parte de esa relación. Dios nos ofrece su misericordia; y nosotros rechazamos su oferta. Para eso no hay cura porque Dios no nos obliga a amarlo.

¿Podría alguien realmente rechazar la oferta del perdón de Dios?

Es aquí donde David vuelve a la escena. Cuando el profeta Natán confrontó a David sobre su doble pecado de adulterio y asesinato, ¿qué hizo David? Él se arrepintió. El contenido y el tono de su arrepentimiento se expresan bellamente en el salmo 51.

¿Cómo responden las personas en nuestros días cuando son confrontadas con sus pecados? A menudo la respuesta no es el arrepentimiento. “¡No seas tan crítico!” “Es mi vida, no me digas como vivirla.” “La Iglesia necesita adaptarse a los tiempos actuales”. Simplemente, de una u otra forma, la respuesta es negar que existe un pecado en lo absoluto.

Ese es el pecado contra el Espíritu Santo. Es rehusarse a aceptar la oferta de perdón de Dios, porque declaramos que no hay nada que perdonar. La aceptación de la misericordia de Dios tiene un precio. El precio es el doloroso reconocimiento y admisión que hemos hecho algo mal y necesitamos su perdón.

Dios nunca nos da la espalda. Sin embargo, nosotros podemos darle la espalda. Esta es la diferencia clave entre el pecado que puede ser perdonado y el que no puede ser perdonado.